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Nos
despertamos pronto, y a eso de las seis y media
ya estábamos en marcha. Gaspar,
el peregrino al que habíamos conocido el día
anterior ya había salido, y sabía que íbamos a
llegar a Ruesta, donde él
tenía intención de parar. Atravesamos de nuevo
el puente y echamos una mirada atrás. Ya
habíamos hecho una buena parte del Camino, la
parte más solitaria y la que la gente apenas
conoce. Ahora íbamos por otra parte que nos iba
a conducir hasta el Camino Francés,
y en la que encontraríamos mucha gente. Anita
y yo coincidimos en que el verdadero Camino, el
de la paz la tranquilidad y las
"pruebas" acababa aquí, ahora
empezaban unas "colonias" muy bien
organizadas. Pero son parte del Camino, parte de
la Vida, así que hay que recorrer este tramo
también. Así que caminando caminandito, por
un terreno llano, sin accidentes a destacar y muy
bien señalizado con flechas, carteles, etc...,
fuimos paso a paso recorriendo los kilómetros
que nos separaban de Martes. De
aquí a Mianos. Al entrar en el
pueblo nos paró un señor, que nos dijo:"No
tengáis tanta prisa", pues queríamos
llegar pronto a Artieda. Nos
invitó a pasar a su casa para darnos un poco de
agua, chocolate y unas galletas. Al principio nos
costó entrar, pues teníamos intención de
llegar a buena hora a Ruesta,
pero la amabilidad del Señor Francisco
pudo con nuestras prisas. Nos quedamos una hora y
media charlando con él, nos estuvo explicando
historias de peregrinos que habían pasado por
allí, y que firmaban en el libro que él tenía.
Era su único ruego: quería que le firmásemos.
¡Cómo no! ¡Encantados! Nos hicimos una foto
con él para recordarnos y dejarlo en esta
página.
Pronto
llegamos a Artieda, que tiene un
bonito refugio, pero que no debe utilizar mucha
gente, ya que son relativamente pocos los que
comienzan el Camino en la parte aragonesa, que
por cierto es preciosa. Ánimo a los que ya lo
hayan hecho por Roncesvalles que
cambien de punto de inicio. Y de Artieda,
sin tener ya miedo al Sol, nos lanzamos a la
conquista de Ruesta. El camino
discurre durante un buen tramo por la carretera,
y hay un momento en que se interna dentro de un
bosque que da una magnífica sombra y en el que
el Camino está muy bien marcado y se sigue con
facilidad, y es mucho más agradecido que por la
carretera, y además te lleva directamente hasta
la entrada del pueblo. El único punto malo es
que hay algunas piedras que están mal puestas y
pueden provocar alguna torcedura, como le pasó a
nuestro amigo Gaspar, que se
torció el tobillo de mala manera y tuvo que
poner fin a su aventura antes de lo esperado.
Ruesta
es un pueblo abandonado, en el que para el
Xacobeo'93 se recuperó una de las casas para
convertirlo en albergue de peregrinos. Ahora es
un sindicato el que se encarga de este albergue,
en el que los peregrinos tienen preferencia,
aunque allí puede ir todo el que lo solicite, es
como un refugio de montaña. Y lo mejor fue que
cuando llegamos allí, Gaspar,
había llegado y había dicho que íbamos detrás
de él, con lo que nos tenían la comida puesta
en el plato. Eso era llegar y besar el santo.
Toda una suerte.
Por la tarde
relax, paseito, curarnos las ampollas, la
"enfermería" como decían algunos más
adelante, pero es que era verdad. Anita
tenía un ampolla horrible en el talón, lo que
impedía que se pudiera poner las botas, y lo que
nos preocupaba de cara a la siguiente etapa.
Aprovechamos para
llamar a los nuestros: yo a Alicia
y a mi madre, y Anita a su
familia. Ricardín me llamó
para ver si nos veríamos en León,
y para ver cuándo nos íbamos a pasar por allí.
El móvil es un invento, y cuando quieres
desaparecer sólo tienes que apagarlo. Es genial.
Y después a cenar
y a dormir pronto que mañana llegaba pronto, y
nosotros estábamos acostumbrados a irnos a
dormir a las diez, sino antes.
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